Año nuevo en Edimburgo

No es que me haya ido a Edimburgo ni nada (aunque sí me encantaría) sino que un día nos mandaron escribir una descripción de un lugar. Podía ser inventado o real y esto fue lo que salió.


Pongo mi mano encima de la huella y veo que es un poco más pequeña. Ahora ya sé que J. K. Rowling tiene las manos algo más grandes que yo. No debería, pero me hace ilusión saberlo, me hace ilusión esa especie de conexión absurda. Pero lo que más ilusión me hace es saber que ella ha pisado estás calles. Es una gran idiotez y lo sé, pero no me importa porque estoy muy feliz de estar aquí. Edimburgo es una ciudad que me sobrecoge, más allá de la autora de Harry Potter claro.

Solo hace un par de días que hemos llegado; me ha costado muchísimo convencer a mis amigos de que teníamos que venir aquí y no a Glasgow que es donde dicen que hay más fiesta. He estado insistiendo durante mucho tiempo para que al final lo único necesario fueran dos fotos. Una de la Royal Mile, calle que atraviesa toda la zona antigua de la ciudad; y otra de esa misma calle pero en el Hogmanay o noche vieja. Es dentro de cinco días y va a ser épico.

Ya lo está siendo, porque las fotos no engañan y todo esto es asombroso. Desde ir de compras por Princess o Victoria Street hasta ver el skyline de esta espectacular ciudad desde el Moud. Eso sí, hace un frío de morirse. No puedo ponerme más capas de ropa porque con tantos jerséis que llevo encima ya no me cabe ninguna más. El vaho que sale de nuestras bocas al hablar es mucho más sólido de lo que suele ser en casa. Pero aun así, prefiero haber venido en esta época del año, porque no hay nada mejor para embellecer un paisaje más de lo que lo es por sí solo que una buena capa de nieve de un blanco puro. Las calles son mucho más impactantes ahora y no me preguntéis por qué. El caso es que vamos caminando por la acera o por una calle peatonal con el suelo empedrado como es la Royal Mile, y vamos viendo a nuestro alrededor los edificios que otros construyeron hace siglos y que nosotros tenemos la inmensa suerte de estar admirando. Luego llegamos a otras calles donde los edificios no son simplemente de piedra sino que cada uno está pintado de un color diferente. No en colores que pasarían desapercibidos, sino de colores muy vivos… rosas fuertes, azules o verdes que llaman la atención. Uno solo podría no tener importancia o parecer fuera de lugar, pero juntos consiguen un efecto como de cuento de hadas.

Y esto solo son las calles… la magia que se esconde en el pasear por las calles de una ciudad. No los siglos de historia que la ciudad en sí encierra, no los millones de personas de épocas completamente diferentes que han paseado por aquí, ni los carruajes ni los caballos; solo las piedras, el cemento o la argamasa que otros desconocidos utilizaron para construirlo. Seguro que nunca pensaron, o quizá sí, en la cantidad de gente a la que encandilarían con sus creaciones, o el gran servicio que le harían al gobierno atrayendo tantísimo turista.


Esto es lo que más me está gustando de la ciudad, aunque todavía no hemos visitado nada en realidad. No hemos ido al castillo de Edimburgo, ni nos hemos sumergido en el callejón de Mary king’s close donde tantas personas murieron de hambre al ser tapiado con ellos dentro para evitar que la peste que los consumís infectase a los demás. Nos quedan demasiadas cosas que ver y aun así sé que empezaré el nuevo año en lugar mágico con personas mucho más mágicas aún.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Monólogo interior de un asesino en serie

Me he apuntado a un curso de escritura!

Vuelta a casa